Fuente de la Imágen: Infórmese Primero

¿Los Jóvenes no Saben Divertirse?

"Un parque desierto al medio día y parrillas que lloran lagrimas de óxido"

"¿Será que las nuevas generaciones ya no saben disfrutar por mucho tiempo?"



Este mediodía, luego de llevar a los más pequeños a la escuela, salimos con mi compañera a hacer lo que todos los días que el clima lo permite: caminar unos buenos cinco kilómetros para mantener el organismo funcionando en orden. Lo primero que me llamó la atención y así se lo hice saber, fue la ausencia de adolescentes en el hermoso parque al que vamos siempre a recorrer la mencionada distancia. Un agradable y emblemático lugar que tenemos acá en Balcarce llamado «Cerro El Triunfo» y es que si, es un cerro casi en medio de la ciudad. ¡Tomá, morite de la envidia!. Cabe recordar que hoy es 21 de Septiembre y en Argentina se festeja el día del estudiante. Entonces, todas las escuelas primarias y jardines de infantes del país lo celebran con picnics y la enseñanza secundaria no se imparte. La razón de que no haya clases a ese nivel es que todos los jóvenes celebran su merecido día como mejor les parece. Algo que generalmente consistía en juntarse entre amigos y compañeros de la escuela a comer algo. Un picnic, un asado o similar en alguna plaza o parque. Y digo «consistía» porque parece que la cosa se está terminando. En 283.400 metros cuadrados solo encontré un grupo de pibes reunidos, comiendo y disfrutando del agradable sol. Luego otro grupo de unos ya no tan jóvenes haciendo un asado, y pará de contar. En las inmediaciones había algunos «food trucks» y similares esperando a que la manada llegara para, al menos, justificar los gastos. Eso sí, la municipalidad había armado un escenario donde sonaba la celestial música del trap. Pero jóvenes, lo que se dice jóvenes no encontramos más que una docena y muchos recién estaban llegando al lugar cuando ya era más o menos la una y media de la tarde. La verdad es que me quedó un amargo sabor en la boca cuando volvimos de nuestra diaria caminata. No podía evitar preguntarme: ¿Qué carajo está pasando con los jóvenes? Ustedes me van a perdonar, pero me siento obligado a incurrir en un viejazo. Es que si, tengo que decirlo: “Cuando yo era jóven...” íbamos al cerro a las siete de la mañana a reservar una parrilla donde poder hacer nuestro asado para que otros no nos la ganaran. No éramos todos, claro, tampoco la pavada, pero el resto llegaba alrededor de las nueve o nueve y media y créanme que no nos íbamos del lugar hasta que la tardecita fresca del día del estudiante nos echaba. Era un día para el recuerdo (y aun conservo muchos de ellos), donde conocíamos a otros chicos y chicas (sobre todo chicas). Jugábamos, reíamos, nos enamorábamos y otros menesteres. No voy a entrar en detalles, cada uno sabrá. Haciendo el contraste, viendo que hoy los jóvenes fueron al parque un rato a la tarde solo para ver algún espectáculo que habían puesto allí para ellos, que todo debe ser siempre organizado para ellos y no por ellos, no puedo dejar de pensar en las palabras que dan título a este artículo: ¿Los jóvenes ya no saben divertirse? Realmente me partió el corazón encontrarme con un parque desierto al mediodía y ver parrillas que lloran lágrimas de óxido porque nadie las utiliza y, nobleza obliga, debo hacer mención acá sobre el hecho de que la municipalidad ha invertido e invierte buen dinero en mantener el lugar lo más agradablemente posible. No, no es propaganda hacia la gestión del actual intendente, es un hecho fáctico innegable. ¿Cómo es posible entonces, que los adolescentes no sientan ya el llamado intrínseco de la manada, ese que pide (o debería) a gritos de ir a pasar un día al aire libre junto a sus congéneres en este, casi que, único día en que hagan lo que hagan estarán más o menos avalados por una tradición casi ancestral? ¿Será que las nuevas generaciones ya no saben disfrutar por mucho tiempo? Y sin embargo, tengo la impresión, mucho me temo, de que la culpa no sea, de ellos. Creo que es más bien nuestra, sus antecesores. Hemos creado una sociedad velozmente cuantificada. Una cultura de la clasificación que guarda todo y a todos en anaqueles ex profeso y a todo le otorga un tiempo y un lugar, medidos. Peor aún ese tiempo medido siempre es escaso si de esparcimiento y felicidad se trata. Siempre estamos apurados para todo aquello que nos hace feliz. Jugamos poco (o nada), visitamos poco (o de nuevo, nada) a nuestros amigos y ni una video llamada nos sale mandarles así porque sí, sin que medie otra necesidad más que la del cariño y la amistad. Hacemos el amor a las apuradas, como un mero trámite y el timbre del turno del «motel» (telos que les decimos acá) o alguna alarma se convierte en la señal de despedida de unos amantes a los que esa misma palabra les suele quedar grande. «Desahogantes sexuales» podría ser un mejor mote de apelación a las circunstancias. Vivimos al son de las vibraciones de un oscilador de cuarzo. Tenemos alarmas, mensajes recordatorios y avisos de toda índole. Nuestros biorritmos, antaño gobernados por la salida y puesta del sol, ahora se sincronizan mediante trenes de pulsos digitales. Vivimos conectados inalámbricamente, lo que no deja de ser una paradoja, puesto que eso es cualquier cosa menos vida, y así, poco a poco hemos creado una sociedad signada por la medición del tiempo y la clasificación sistemática. Antes nos visitabamos y nos despedimos saciados de endorfinas. Hastiados de tanta charla. Éramos felices con poco, simplemente hablando de nada con el otro. Simplemente sabiendo que estábamos ahí para cuando se nos necesitara aunque nunca hiciera falta. Las amistades eran reales. El mundo «era». Hoy todo «parece». Las redes sociales nos han sumergido en el mundo del espejo. Todo es reflejo de otra cosa, nada es real. Ni siquiera el tiempo. Pasamos dos horas mirando lo que publica un perfecto extraño. no lo conocemos, no sabemos nada de su vida y sin embargo, la envidiamos. Tanto la deseamos que la copiamos. Cantamos como él o ella. Usamos su música para nuestros propios «falsos» videos.Usamos su voz para hacer como que somos nosotros los que hablamos por que ese falso juego era cómico tal vez hasta la vigésima vez que alguien lo hizo, pero lo volvemos a intentar por si acaso esta vez nuestra enésima versión de lo mismo se viraliza y nos hacemos famosos durante treinta segundos. A este ritmo creo que ya no moriremos, si tenemos algo de suerte, de viejos. Simplemente se nos habrá agotado la batería. ¿Cómo podemos pedirles a nuestros jóvenes que pasen tiempo de calidad con sus amigos si nosotros mismos ya desconocemos el significado de ambas palabras? Para ellos, porque lo han mamado de nosotros, se debe cumplir horario para todo, hasta para disfrutar con otros. Peor aún, los otros solo son disfrutables en la medida que nos signifiquen algo para nosotros mismos. Si no obtenemos sus likes entonces no tiene mucho sentido pasar largos ratos en su compañía y mejor continuar sumando seguidores en las excitantes redes sociales. Lamentablemente, el cariño real no tiene emoticones y ergo, si no brilla no gusta. Es triste, y paradójico a la vez, pues yo mismo utilizo este blog para expresarme con la ilusión de que si llegara a tocar tan solo un alma y la haga recapacitar tal vez no esté todo perdido. Lamentablemente, hasta que no aprendamos a poner el móvil en «Modo Amigo», es decir “no molesten que estoy pasando tiempo con humanos”, hasta que eso no suceda, las parrillas, fogones y tantos otros instrumentos destinados a brindarnos sano placer seguirán llorando lágrimas de óxido.